miércoles, 29 de julio de 2009

EL GRANITO DE ARENA DE JUAN


2009. Concurso de cuentos para niños de entre 8 y 12 años: Hagamos del mundo la mejor Historia

Juancito era un niño de diez años como cualquier otro. Vivía en un barrio obrero muy humilde en el conurbano bonaerense con sus padres, con su pequeño hermanito recién nacido y su perro Hugo. Humildes como el barrio, su madre era ama de casa y su padre empleado municipal.
Todas las mañanas antes de ir a la escuela, tomaba el desayuno junto a su familia; le gustaba mucho el café con leche - más leche que café -, y también las tostadas con mermelada de frambuesa y queso untable. Pero la parte que no le gustaba del desayuno era ayudar a su mamá a lavar los cubiertos. Con su hermanito tan chiquito, le era difícil a ella sola hacerse cargo de todos los quehaceres domésticos. Juancito siempre se quejaba diciéndole que los dejara sucios, así como estaban, pero mamá no escuchaba ese pedido. Era claro que no se daba cuenta que si no mantenía limpias las cosas, habría luego mal olor en casa, moscas, y lo peor de todo, enfermedades.
Juancito tenía muchas otras malas costumbres: todos los días, camino a la escuela, masticaba un chicle y tiraba el envoltorio en la vereda. No prestaba atención a los tachos de basura de cada esquina. Lo mismo hacía en el patio de la escuela durante los recreos: a veces se compraba un sándwich de salame y queso, ¡cuánto le gustaban! Pero acercarse al cesto de basura y tirar la bolsita de nylon que lo contenía no le gustaba tanto. Siempre se iba a comer a un enorme jardín lleno de flores, plantas y árboles que había en un sector escondido de la escuela, para que nadie lo viera tirar la bolsita. No tenía idea del daño que significa dejar tirado el nylon en un ambiente natural. Lo mismo hacía en la calle y no sólo con la basura, sino también con los desechos de su perro Hugo; tal vez al ver la calle toda sucia, llena de restos de comida, materia fecal y papeles desparramados por todos lados, y viendo además cómo la gente ensuciaba la vereda continuamente, se sentía con derecho a hacer lo mismo. En circunstancias como éstas, Juancito difícilmente iba a poder alguna vez comenzar a cuidar el medio ambiente, y menos aún, acatar las llamadas de atención de los adultos que, en más de una oportunidad, él mismo había visto ensuciar las calles ¿Qué clase de ejemplo le estaban dando? Era contradictorio.
En varias ocasiones, al salir de la escuela al mediodía, veía a su padre pasar con el escobillón barriendo el cordón de la vereda, tratando de quitar así, la suciedad de todo el vecindario y también, sacando la inevitable alfombra de hojas que tapizaba las calles en la época de otoño. Era barrendero durante el día y por las noches corría detrás del camión recolector de basura levantando bolsas y embocándolas en éste como pelota en aro de básquet. Si durante el día no le había tocado barrer, entonces por las noches le tocaría recolectar la basura con el camión, es decir, que le podía tocar una u otra tarea dependiendo del día. Lamentablemente esto no era motivo de orgullo para Juancito, por eso es que cada vez que lo veía haciendo sus labores, lo evitaba; escondiéndose o ignorándolo si encontraba la manera de hacerlo; si el padre lograba verlo, más tarde Juancito le ponía como pretexto que había pasado en apuros y no lo había visto. Sin embargo, su papá se daba cuenta de la actitud de Juancito, y su madre también lo percibía.
En fin… Juancito no cambiaba su actitud en cuanto a la higiene y cuidado del medio ambiente, al igual que el resto de la comunidad. Todos se echaban la culpa unos a otros por la suciedad de las calles, y también a la municipalidad por no limpiarlas, aunque sí lo hacía. Curiosamente, las quejas eran de las mismas personas que se encargaban de ensuciarlas.
Por otro lado, como era un barrio lleno de fábricas, tenia una cuota diaria de contaminación extra, tanto del aire - a través de chimeneas emanantes de monóxido de carbono producto de la combustión -, y del agua, a través de grandes desagües de sustancias químicas muy nocivas para la salud que desembocaban en pequeños canales naturales de las inmediaciones. Toda esta situación provocaba que los hospitales de la zona estuvieran atestados de gente enferma, y que, más de una vez, no tuvieran lugar para albergar más personas.
Otro de los peligros del barrio eran las fosas sépticas o pozos ciegos, que como lo dice la palabra, son pozos profundos donde caen los desechos de la gente de cada vivienda por la falta de redes cloacales. Estos, cada tanto, necesitan ser vaciados para mantener la higiene y evitar así enfermedades; sin embargo, la falta de conciencia por parte de muchas personas sumado a la falta de dinero, dificultaba llevar a cabo esta tarea. Justamente, el padre de Juancito se ocupaba de vaciar y limpiar estos pozos ciegos como trabajo extra para ganarse unos pocos pesos más que ayudarían a la economía familiar. Pero a pesar de su buena voluntad y lucha por mantener la higiene, con sólo su esfuerzo no bastaba.

La falta de conciencia, en mayor o menor medida, estaba ocurriendo en todas partes del mundo. La gente se quedaba tranquila pensando que por el solo hecho de mantener limpios sus hogares, estarían cumpliendo. Pero se estaban olvidando de un hogar mucho más grande: La Tierra. Entonces, todos los gobiernos del mundo, de manera conjunta, comenzaron a organizar campañas para que la gente tomara conciencia sobre la problemática de la contaminación ambiental. Una de estas campañas, orientada principalmente al público infantil, constaba de publicidades en todos los medios, publicaciones de revistas de historietas y dibujos animados en la televisión, en donde los clásicos superhéroes como el Hombre Araña, Súperman, Hulk, Aquaman, la Mujer Maravilla, entre otros, enfrentaban este problema brindando una solución.

Los superhéroes limpiaban La Tierra y luchaban contra la contaminación ambiental de manera sorprendente, como sólo ellos podían hacerlo, utilizando sus súper poderes; y La Tierra, agradecida, siempre permanecía limpia y sonriente mientras ellos estuvieran cerca, a su cuidado.
Pero a Juancito se le hacía imposible cuidar el planeta como lo hacían ellos, y eso que lo intentaba… Claro, para Súperman era muy fácil limpiar los océanos del petróleo que se había derramado y expulsar todo el humo de los motores a combustión fuera de la atmósfera, como así también para Hulk meter toneladas de basura en enormes bolsas y arrojarlas al espacio exterior, o para el Hombre araña, barrer con toda la suciedad de las calles utilizando su tela de araña, y Aquaman, impidiendo la caza ilegal de especies marinas en peligro de extinción.
Pero no para Juancito. Para él todos estos personajes de ficción se habían transformado en sus ídolos. Porque mientras más se metían dentro de su corazón, más quería ser como ellos, pero a la vez, más se iba dando cuenta que eso sería imposible; se pasaba noches y días enteros pensando e imaginando que cuidaba del planeta utilizando súper poderes al igual ellos. Finalmente, no pasó mucho tiempo para que terminase de sentirse totalmente frustrado e inútil por no haber podido ser como sus inalcanzables súper amigos. La cruel realidad lo había golpeado tan fuerte, que no sólo dejó de fantasear con ellos, sino que también, al sentirse incapaz de copiar sus proezas, resignado, volvió con sus negativos hábitos antihigiénicos, y hasta inclusive, comenzaron a bajar sus calificaciones en la escuela.
Su madre al darse cuenta de su decadente estado de ánimo y rendimiento escolar, se le acercó para ver qué le estaba pasando. Juancito se lo explicó todo… Entonces, sorprendida, le hizo reflexionar porque había pasado por alto al superhéroe más importante de todos y del cual aprendería cosas más prácticas y sencillas. Ante este cuestionamiento, Juancito se quedó más sorprendido aún que su madre: “¿Querés conocerlo, hijo?” le pregunto su mamá. “¡Sí!” respondió Juancito muy entusiasmado. Entonces, sin perder más tiempo salieron de la casa y se sentaron en la puerta a esperar… Juancito mantenía sus ojitos hacia el cielo. “No hace falta que busques en el cielo, hijo”, le dijo su mamá. “Este superhéroe es real… Y también usa un traje especial como los de las historietas”. Juancito estaba totalmente intrigado. “¡Mirá, mirá Juancito, ahí viene!” exclamó su mamá excitada. El brillo de las luces en medio de la penumbra del atardecer resaltaban los colores fluorescentes del superhéroe en cuestión que se acercaba corriendo, saltando cordones y canteros, levantando bolsas y arrojándolas dentro de un enorme vehiculo alrededor del cual corría. Porque al igual que muchos superhéroes, éste también tenía su propio vehiculo.
Este nuevo personaje era ni más ni menos que su papá.
“Él es de carne y hueso, es real, a diferencia de Superman, Hulk y los demás…” afirmó su mamá. Justo en ese momento pasaba delante de ellos saludándolos con la mano. “¿Viste?” – dijo la mamá – “¿Alguna vez Superman o el Hombre Araña pasaron por la puerta de casa y te saludaron?” Juancito sonreía. “Además, -siguió su madre - ellos no se tenían que esforzar mucho por sus hazañas, porque se valían de sus súper poderes. En cambio, el esfuerzo de tu papá es muchísimo mas grande y más sacrificado: él es solo un hombre común y corriente que hace su trabajo a pulmón sin ayuda de ningún poder.”.
En ese momento Juancito se dio cuenta que para cambiar y cuidar al mundo no era necesario tener súper poderes ni hacer enormes hazañas, simplemente debería hacer su parte, como lo hacia su padre. Por otro lado, si antes se avergonzaba por el trabajo de su padre, ahora éste lo llenaba de orgullo.
El aporte de Juancito al cuidado y la higiene, podría ser algo tan simple como arrojar la basura en cestos y no en el suelo, recoger con bolsitas los desechos que su perro Hugo dejaba en la calle, etc… De esta forma, no sólo estaría protegiendo al planeta, sino que también estaría respetando al resto de las personas.
Si cada uno aportara algo, por más pequeña que la colaboración fuera, la suma de todas estas partes sería mucho más grande que los súper-logros de los personajes de historietas. Los empresarios podrían utilizar alternativas donde poder destinar sus desechos tóxicos sin tener que contaminar los ríos ni el aire; los automovilistas podrían usar la bocina lo mínimo e indispensable; la gente podría no comprar, en lo posible, ningún tipo de productos hechos con madera, para reducir la tala de árboles… La lista de colaboraciones es muy larga.

Hoy, Juan es un hombre, tiene sus propios hijos y les cuenta con mucho orgullo esta historia que yo estoy contando. Él no trabaja en Green Peace, ni es un político que promete limpiar el Riachuelo en unos cuantos días, ni mucho menos es Súperman o el Hombre Araña. Juan es un hombre común y corriente, como su padre, que aporta su granito de arena día a día para mantener limpio al medio ambiente y poder vivir en un mundo mucho mejor.

5 comentarios:

  1. MUY LINDO Y EDUCATIVO TU CUENTO.SE LO CONTARÉ A MIS NIETOS QUE POR SUPUESTO AMAN Y ADMIRAN A LOS SUPER HEROES
    SOS UN DULCE...
    SUSANA LA MAMÁ DE MIGUEL (DEL NATATORIO)

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  2. Te felicito por este cuento tan didáctico, sería bueno que lo usaran en escuela como ejemplo de que manera se puede cuidar el medio ambiente. Me encanto soy Daniela de Natacion y Aqua Gym

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  3. Hola! Yo también fui alumna de Ignacio Romasanta, y la verdad que sus clases de Literatura eran buenísimas. También escribo, pero no suelo publicar nada, algo de vergüenza, supongo.
    Muy bueno lo que hacés!
    Eve.-

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  4. gracias EVELIN , gracias CRISTIAN.

    su profe del Huerto y del SAFA, respectivamente.

    Ignacio Romasanta

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