La joven esposa tal cual una loba, impaciente y obsesiva aullaba a la cigüeña que nunca llegaba. A estas alturas tenía sus dudas si alguna vez llegaría, lo que la convertía más en loba todavía.
Lo que no sabía era que sus aullidos, a la frágil cigüeña aterraban, porque disfrazada de cuervo por temor a ser reconocida y caer en sus fauces, por encima suyo buscándola con el encargo, esta volaba.
Por los desgarradores aullidos del deseo maternal de la joven, la cigüeña se asustaba y menos aún la reconocía; ni quería ser reconocida. Por eso, tras un manto de negro plumaje se escondía buscando a la destinataria que nunca veía.
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