
¿Quien hubiera pensado que se puso a ahorcar a aquella pobre iguana por haberse cansado del cosquilleo de las plumas cuando acogotaba a la gallina…? Ni siquiera los animales se lo habían imaginado mientras lo observaban sorprendidos.
Dedico este espacio a todos mis seres queridos, a los aficionados y amantes de la lectura y la escritura literaria que me visitan, y en especial a mi profesor de literatura del secundario, Ignacio Romasanta, por haber fomentado en mi el gusto por la escritura.
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