
Cuando ya no quedaron más almas por apagar y el mundo se ordeno de acuerdo a su parecer, el inexistencialista humano se sintió muy satisfecho, hasta que por accidente se vio reflejado en un espejo.
Dedico este espacio a todos mis seres queridos, a los aficionados y amantes de la lectura y la escritura literaria que me visitan, y en especial a mi profesor de literatura del secundario, Ignacio Romasanta, por haber fomentado en mi el gusto por la escritura.
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